La digitalización es hoy un campo de batalla en el que se definen las sociedades del presente y del futuro. Un número creciente de procesos sociales están mediados por plataformas digitales controladas por corporaciones y Estados. De este modo, nuestras vidas personales y colectivas se ven expuestas a su vigilancia e influencia. Numerosas autoras perciben en el modelo actual de digitalización el avance del autoritarismo, en términos políticos, y de la mercantilización, la explotación o la financiarización, en términos económicos.
Pero no todo está perdido. Diferentes actores sociales impugnan estas tendencias, se resisten a ellas, o tratan de construir alternativas; son organizaciones y movimientos sociales, trabajadoras y sindicatos, redes de economía social y solidaria, o instituciones estatales que se han abierto a las demandas de estos actores. En contraposición al autoritarismo tecnológico y al capitalismo de plataforma, delinean un horizonte de democratización tecnológica, un horizonte que define proyectos como Decidim, en el que hemos trabajado los últimos años.
¿Qué significa esto en la práctica? Aclararlo exige esbozar cómo entedemos la democratización, la tecnología y sus relaciones. En primer lugar, por “democratización” entendemos un proceso de transformación de una determinada realidad social (un partido, una fábrica, una empresa, una institución pública, una tecnología), no una forma de gobierno real o ideal. Es un proceso que implica una igualación del poder (la capacidad de decisión y agencia), un aumento de la potencia (las prácticas y posibilidades personales y colectivas, p.ej.: la deliberación o los derechos efectivos) o un incremento en la pluralidad (en términos numéricos o de diversidad) de quienes se relacionan con esa realidad social.
En segundo lugar, para articular una visión sistemática del rol actual de la tecnología en un ámbito como el digital, son útiles los modelos del “reloj de arena” (hourglass model) y “la pila” (the Stack), que interpretan Internet y la sociedad como una serie de capas interrelacionadas: infraestructuras físicas, protocolos, plataformas, datos… y formas sociales construidas sobre ellos.
En tercer lugar, la democratización tecnológica debe entenderse como un proceso bidireccional: por un lado, como democratización de las mencionadas capas tecnológicas de la sociedad digital, y, por otro, como alineamiento y movilización de esas capas tecnológicas para democratizar otras realidades sociales como la economía o la cultura.
Hay diversas estrategias disponibles a la hora de promover esta democratización. Una de ellas consiste en construir alternativas a las tecnologías e instituciones existentes. Las alianzas para lograrlo pueden ser, también, diversas. Mencionaremos dos. Por un lado están las alianzas comunes o autónomas, promovidas desde el ámbito del trabajo y la producción económica (organizaciones de la economía cooperativa, social y solidaria, sindicatos, universidades…) y la acción social y política (movimientos sociales, fundaciones, ONGs…). Por otro lado están las alianzas público-comunes, que buscan la cooperación entre los actores mencionados e instituciones estatales, algo complejo pero potencialmente clave a la hora de impulsar proyectos tecnológicos.
Volvamos por un instante al punto inicial sobre el autoritarismo tecnológico y el capitalismo plataforma, antes de concluir con ejemplos de democratización tecnológica. Un gigante como Facebook ha expresado su deseo de colaborar con diversos Estados para ofrecer a sus ciudadanías no sólo sus conocidos servicios de red social, sino también otros que abarcan desde la conexión a Internet a instrumentos de democracia digital. Es sólo un ejemplo de cómo corporaciones, Estados o partenariados público-privados buscan maximizar su beneficio económico o su poder social aumentando su capacidad de intervenir en diferentes capas de la sociedad digital, de las plataformas o los datos a la actividad política. Es decir, construyendo lo que podríamos denominar como “Stacks oligárquicos”.
Al mismo tiempo, encontramos iniciativas contrapuestas a este modelo, algunas en ciudades como Barcelona. Proyectos autónomos como Guifinet proveen de servicios de Internet. Otros como Mastodon ofrecen servicios de comunicación en red. Por último, un proyecto público-común como Decidim pone su software de democracia participativa a disposición de organizaciones políticas, sociales y económicas, desde Estados hasta cooperativas. Con ello trata de facilitar su democratización. Estos proyectos y plataformas ofrecen funcionalidades comparables a las que podría ofrecer Facebook, pero el diseño y la gobernanza de su código, de los datos que se producen en ellas y, en última instancia, de las formas sociales que favorecen, están guiados por criterios democráticos (participación, privacidad, soberanía…) y orientados a promover bienes comunes (sostenibilidad, florecimiento personal y colectivo…). Incluso con sus límites actuales, son proyectos que contribuyen a construir una alternativa, un modelo de Stack democrático.
Ante las advertencias sobre las derivas autoritarias u oligárquicas del Estado y la sociedad digital, estos proyectos aspiran a democratizarlos, luchan por construir –por decirlo con un cruce bastardo entre Lincoln, Hardt y Negri — una sociedad digital de la multitud, por la multitud y para la multitud, una sociedad digital radicalmente democrática, de todas, por todas y para todas.
Antonio Calleja-López es coordinador del área de Tecnopolítica en el grupo de investigación Redes de Comunicación y Cambio Social (CNSC) del Instituto Interdisciplinario de Internet (IN3) de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Nota: Esta columna de opinión es una versión ligeramente modificada de un artículo publicado en el Anuario Internacional 2020 del CIDOB, al que se puede acceder clicando aquí.
Imagen utilizada por Tecnopolítica.